lunes, 8 de agosto de 2022

¿Por quién doblan las campanas?

Ningún hombre es una isla
entera por sí mismo.

Cada hombre es una pieza del continente,
una parte del todo.

Si el mar se lleva una porción de tierra,
toda Europa queda disminuida,
como si fuera un promontorio,
o la casa de uno de tus amigos, o la tuya propia.

Ninguna persona es una isla;
la muerte de cualquiera me afecta,
porque me encuentro unido a toda la humanidad;

Por eso, nunca preguntes
por quién doblan las campanas;
ellas doblan por ti.

John Donne

Esta visión del poeta inglés, ya vieja, es realmente universal, por actual y muy valiosa, porque ella nos habla acerca de la importancia que debemos de otorgar o conceder a nuestro congénere, pues el que “alguien” sea degradado de cualquier manera y forma, al final, ello me afecta, nos afecta, y ello no sólo es un tema relacionado con la exclusiva normatividad que ella exista o prevalezca, que estipula y que marca los derechos y deberes, no es tan solo eso, implica
quizás el más alto precepto ético que debía prevalecer en nuestra sociedad para que esta misma prevalezca como tal, si queremos, pretendemos trascender como especie humana, este punto es insoslayable (no puede evitarse), quitar esa
visión demasiada corta y limitada propia del pragmatismo que nos marca un “ya chingue y haiga sido como haiga sido…”, típico en los seres cortos y perversos que claman: “el fin (mío, propio) justifica (valida), cualquier medio que yo pueda elegir, para lograr claramente mis objetivos (los propios obvio)”, lo demás es subsidiario, sin valor, sin importancia.

Se hace pues necesario plantear una severa disrupción a esta visión netamente pragmática, corto-plasista, egoísta claramente y nada empática, que de aplicarse ella literal, nos veremos, estoy seguro, reducidos como especie, donde
solo prevalecerán (quizás por corto plazo, considerando centurias), esto seres ignominiosos por sí mismos, atendiendo a la definición marcada por el poeta.